domingo, 18 de febrero de 2018

Mi Bienamada



Faro que alumbras al mundo,
por encima de la tempestad.
Devuélveme la esperanza
y que brille mi estrella,
pero no en soledad.
Oye mi voz, mi última oportunidad.
Faro que alumbras al mundo

alumbra mi vida.
                                     Carlos Goñi












Era medianoche en Lisboa y la escuchaba sin que lo supiera, descubrí el final mucho antes de que ella llegará a él.

 La escuché, una calurosa noche de verano, hablaba en voz baja, en susurros, para sí misma, pero su voz flotaba en la quietud y oscuridad de la noche y arraigó en mi alma como la mala hierba.

Tendría que haberla olvidado, abandonarla, en ese preciso momento, pero no pude, la amaba demasiado. Amaba su libertad, su risa, su olor, su voz, su corazón, pero también amaba su frío, su soledad, su oscuridad, sus vacíos, esos, que yo nunca pude llenar.


La observaba en silencio, sin que se diera cuenta, miraba al cielo, le hablaba a las estrellas sentada en el suelo, parecía una rosa plateada, iluminada por la luna. Estaba tan cerca de mi que creí poder tocarla, pero no habría servido de nada, estaba muy lejos de mi.


El tiempo se me antojo infinito mientras la admirada en la soledad de las dunas y ella, seguía perdida en su mundo, silencioso y profundo.


Me dolió escuchar la verdad en voz alta, una verdad teñida  con un tono de nostalgia  que fue cobrando firmeza y sustancia en la oscuridad de la noche. No había resentimiento, ni ira en sus palabras, era todo muy neutro, muy calmo, muy indiferente. Algún residuo de calidez salió de vez en cuando de su garganta y se mezcló en el relato, la brisa fresca se adueñó de su voz y se la llevó para ahogarla en el cielo.


Las palabras siguieron escapando de sus labios, estaban guardadas, agazapadas esperando que su voz les diera vida, tan solo esperaban el momento propicio para escapar.


La noche guardaba silencio y la  luna la animaba a seguir, a mi ya no me hacia falta seguir escuchando, no era mi nombre el que salía de su boca implorándole amor , invocándole para que la rescatara de una pena que la ahogaba.

 Y de pronto, el viento se volvió gélido, la luna se escondió, todo se volvió oscuro y amenazante. 

Yo temblaba, no pude evitar llorar, ella, se dio cuenta de mi presencia, no dejo de hablar, en realidad ella hablaba para mi...


 Y aún así de ella, no pude separarme jamás.







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