viernes, 26 de junio de 2015

Y de pronto un abrazo








Mi mente se alejó justo cuando comenzó a hablar. En ese momento me encontraba muy lejos de allí, por eso no no oí lo que me decía. Lo miraba ensimismada, preguntándome si sería capaz, si tendría valor. No fui capaz de articular palabra alguna, quizá fuera miedo, quizá que no sabía si me importaba o quizá, necesitaba decirlo para borrar el sentimiento de culpa que me envolvía, pero fui cobarde y callé.

Me sobresalté cuando noté su mano sobre la mía, y vi su cara de asombro. Intenté sonreír, miré al cielo, había nevado todo el día, el camino estaba blanco, cuajado de nieve y seguían cayendo algunos copos despistados.

Sentí frío, frío en mi cuerpo, frío en mi alma, tenía que decirle adiós y no sabía hacerlo.

Creo que notó como mi cuerpo temblaba, me rodeo con sus brazos. Su abrazo reconfortó mi cuerpo, mi alma siguió temblando. Entonces, sin darme cuenta, me escuché diciendo en voz alta lo que sentía:


-Lo siento, tengo que dejarte.


Fue rápido, rápido y contundente. Fue sin pensar y quizá fue sin querer. Al oírlo se separo de mi como si una corriente eléctrica le hubiese sacudido el alma, partiendo en mil pedazos su corazón. Ya no pude articular ninguna palabra más.


Yo no quería hablar, él no quería escuchar. Para mi, fue una liberación, para él una sentencia.  Su mundo se desmoronaba, se esfumaba todo lo que había soñado y por lo que durante tanto tiempo había luchado. Su estabilidad se desestabilizaba, le hacía zozobrar.

Su mano, que aferraba la mía con fuerza, se fue deslizando hasta soltarme, se la llevó a su cabeza en un gesto de incredulidad e impotencia absoluta, como si en ese gesto pudiera sacar de su cabeza las palabras que acaba de escuchar.

Me obligué a mirarlo, para que viera en mis ojos que también había tristeza, miedo y desesperanza, para que viera en mi mirada que me sentía perdida. Para que, sí me miraba con atención, pudiera descubrir todas las preguntas, todas las dudas que mi voz callaba.

Lo miré, porqué quería que descubriera en mis  ojos que fue lo que me  pasó, lo que me llevó a un cruce de caminos donde debía decidir nuestro destino, nuestra vida.

Y de pronto...

 Un abrazo inesperado y su voz suplicando en un susurro:
-No te vayas. Si te vas, me olvidaras y en el olvido dejarás nuestro amor.
Quédate conmigo, no dejes que eso suceda.

Me aferré a su abrazo como el naufrago que se agarra a un salvavidas cuando está a punto de perder el aliento.
Lloré, lloré y vacié mi alma, saqué mi dolor, mi pena mi rabia y mi frustración. Lloré hasta vaciarme y él lloró conmigo. Calmó mi llanto con caricias tiernas. Decidí quedarme, volver a llenarme de él, porqué en ese instante de incertidumbre, descubrí que todo lo mejor que había en mi vida se lo debía a él.






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