Estábamos envueltos en algodón, en musgo, en niebla, en el mar, en el sabor de una distancia que ha de aniquilarse
(Anaïs Nin)
Su rostro se contrae como si fuese a romper a llorar, aparta los ojos y mira hacia la oscuridad, permanece un momento sin moverse, contiene la respiración.
Una calma sepulcral rodea la noche azulada.
Sé lo que va a pasar, mi pulso se acelera, lo noto, pasea por la habitación, ordenando su vida sin palabras.
No quiero que me atraviese pensamiento alguno y me entretengo observando el papel pintado de la pared, las grietas, la lluvia cayendo en el cristal, en cualquier cosa cosa, por más insignificante que sea que me haga apartar la mirada de ti.
Apenas hay un atisbo de luz, pero te intuyo, algo te pesa en el corazón cuando cierras la puerta tras de ti. Entonces me acerco a la ventana, la luz del crepúsculo aún me deja ver tu silueta alejándose por el horizonte, te giras, me miras, y yo te miro a ti.
Te vas alejando por una colina pedregosa y de repente la oscuridad te engulle.
Entiendo y comprendo que esta distancia es nueva y definitiva.
Puedo imaginar como en tu rostro va apareciendo un velo de alivio mientras recorres tu camino de huida que te lleva al umbral de tu nueva vida, que te convertirá en un hombre nuevo, mientras yo seré de nuevo un punto insignificante en medio de la eternidad del cielo.
Hermoso, gracias...
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