Supo lo que tenía que hacer, cuándo descubrió a la vez que no era nada para él y que le había robado el alma.
Se murió el amor, un corazón roto, otro liberado.
Uno frente a otro, dos desconocidos que se conocían demasiado bien.
Se enfrentó al destino, sin llorar, ni una sola lagrima derramó. Afrontó lo que durante tanto tiempo intento disfrazar, el desamor.
Siguió sin el, se cansó de escribir en las lineas de su vida. Se fueron difuminando las pocas esperanzas que aún conservaba. Que triste destino, creyó que había sido una suerte conocerlo y ahora solo pide que se lo trague el olvido.
Ya no quiere amarlo para siempre. Porque no fue la vida, no fue el destino, fue él, quién decidió dejar de oír su voz, dejar de sentir los latidos del corazón.
No tuvo miedo, no se sintió morir, no rogó ni suplicó, mientras tras la ventana, un nuevo día empezaba, ya sin el.
Se sintió mejor, entornó los ojos, respiro profundo, aspiró por ultima vez el aroma que aún quedaba en la habitación, abrió la venta y sonrió.
Abrió su alma sin resentimientos ni remordimientos. Ella, iba a empezar a vivir.
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