Fijo la mirada en el horizonte,
donde el mar se junta con el cielo.
Lloro lágrimas de luz y sal.
Lágrimas inoportunas
que caen por mi rostro
como una lluvia lenta,
una tras otra
y se convierten en un torrente,
en un río que se desborda,
tras la tormenta.
Lágrimas que empapan
mi alma y mis manos.
Que me liberan del dolor
y de la angustia,
que se van transformando
en un sollozo,
en una calma dulce
que me envuelve
acallando el dolor.
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